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Mi primer año de kindergarten se definió por la marcada diferencia entre mi experiencia en casa y en el aula. En casa y con mis cuidadores, era una charlatana, pero mi aula no era un espacio donde podía hablar abiertamente sobre mis fines de semana o mi obsesión con el videojuego Mario Party, porque durante los primeros cinco años de mi vida, el español era todo lo que sabía. El aula se sentía extraña porque el inglés era el idioma predominante y se desalentaba el uso de mi idioma nativo.
Aunque mi padre y madre habían emigrado a los Estados Unidos, sentía una fuerte conexión con mi herencia hondureña porque el español era un puente para explorar las diferentes facetas de nuestra cultura e historia desde lejos. Sin embargo, durante el transcurso de mi educación primaria, incluso mientras asistía a escuelas mayoritariamente latinas, mis compañeros y yo estábamos inmersos en un entorno que no se adaptaba a nuestros idiomas de origen. Mientras que la investigación lingüística sugiere que el idioma afecta la forma en la que vemos y experimentamos el mundo, los Estados Unidos, a pesar de carecer de un idioma oficial, se han encasillado al situar el inglés como el idioma de poder y prestigio.
La supresión de la diversidad lingüística es una práctica profundamente arraigada en los Estados Unidos, desde la época colonial, cuando se disuadió a los enclaves europeos de usar sus lenguas maternas, hasta la represión continua de las lenguas y culturas nativas americanas, e incluso hoy en día, con la Proposición 203 en Arizona que se utiliza para atacar los programas de aprendizaje lingüístico dual (DLL) en todo el estado. Estos son solo algunos ejemplos de las innumerables veces en que la ideología racista ha posicionado el dominio del inglés, no solo como una medida de inteligencia y rendimiento académico, sino también como una característica definitoria de la identidad estadounidense. Para el 27% de los niños menores de 6 años que tienen al menos un progenitor que habla otro idioma, la pedagogía solo en inglés puede perpetuar una percepción negativa de la lengua materna, lo que facilita una pérdida del idioma perjudicial, crea entornos de aprendizaje no favorables y disuade a los niños de conectarse con su herencia.
En tercer grado, mis maestros compartieron alegremente con mi familia y conmigo que había aprobado el programa de inglés como segundo idioma (ESL) de mi escuela. Si bien esto fue un logro que ayudó a mi familia porque podía traducirles, también marcó un cambio claro ya que hizo que el inglés sea el idioma con el que me sentiría más cómoda, y así los maestros me dieron el apodo de “Chatty Cathy” en cuarto grado. El desarrollo de mi lengua materna quedó en un segundo plano y el español se limitó ahora a las cuatro esquinas de mi casa.
A pesar del rechazo lingüístico, la comunidad latina sigue abogando con orgullo por el español. El 91% de los padres/madres cree que es esencial que sus hijos tengan una educación multilingüe y multicultural durante la primera infancia. En los Estados Unidos, el 88% de los adultos hispanos dicen que es importante que las generaciones futuras de hispanos que viven en los Estados Unidos puedan hablar español. Sin embargo, el idioma se usa cada vez menos entre las últimas generaciones de padres/madres hispanos con sus hijos.
Si bien el idioma no es un marcador definitivo de su identidad cultural, preservar el idioma de su herencia puede ayudar a mantener conexiones culturales, ofrecer beneficios cognitivos y ampliar las oportunidades profesionales. El idioma también sirve como una forma de resistencia hacia la larga historia de la ley estadounidense y los movimientos que suprimen las identidades multiculturales y la asimilación de fuerzas. En todo el mundo, la eliminación o imposición de idiomas ha sido a menudo una herramienta del colonialismo y el imperialismo. Al mantener el uso del español, desafío el dominio del inglés como el idioma “correcto”. Mi lengua materna refleja el multiculturalismo de ser una hondureña nacida en Estados Unidos, lo que representa los diversos matices lingüísticos y la larga historia de evolución lingüística entre mis antepasados.
Cuando miro la creciente diversidad lingüística de la población, tengo la esperanza de que exista un sistema educativo que nos haga visibles al proporcionarnos la opción de aprender y desarrollar nuestras habilidades multilingües a partir de los primeros años de nuestras vidas. La incorporación de los idiomas nativos de los estudiantes en la enseñanza en el aula enriquece su conciencia metalingüística, mejora su comprensión del contenido académico y fortalece su autoestima. Para lograr estos entornos inclusivos de aprendizaje temprano para los niños pequeños y sus familias es necesario obtener inversiones sólidas y continuas del gobierno federal. Los animo a que exhorten a nuestros legisladores a abogar por la inversión federal con el fin de ampliar el aprendizaje y el cuidado tempranos, porque puede ampliar las oportunidades que celebran y alientan la diversidad lingüística.